Día 17: Temprano arriba y sin
desayunar para comenzar una travesía larga. Comencé yendo a tomar el bote cerca
de las 8.00 hs a la costa este de Railay pero como la marea estaba muy baja
caminamos unos 50 m por el barro hasta subirnos. Antes de llegar al otro puerto
pasamos por la playa de Ao Nam Mao a buscar a una pareja de la India. Cuando
bajamos subimos a una traffic que nos llevaría al centro de Krabi donde, para
variar, esperaríamos una hora hasta que todos los que íbamos a la islas
seríamos trasladados hasta Surat Thani. La espera terminó y luego de más de una
hora de viaje llegamos a destino. Pero, por las dudas, teníamos que esperar una
hora y media más para que nos busquen para llevarnos al puerto de Donsak.
Mientras junto con un polaco que venía para Ko Pha Ngan como yo, salimos a
buscar un kiosko para comprar tarjetas de recarga de mi número de teléfono en
Tailandia y el un nuevo chip. Caminamos un rato hasta que encontré lo que
quería, es que necesitaba llamar a mi amigo Gustavo, un español que vive en la
isla e iba a buscarme en mi arribo. Llegó el bus, arriba y a mirar una peli, es
que apenas la pusieron pensé que tenía más de 2 horas de viaje, y solo fue la
mitad, o sea que luego me enteraré del final. Ya en el puerto nos dan los
boletos y corremos hacia el muelle 3 para tomar el ferry que me llevaría hasta
la isla, siempre con un calor terrible, nos sentamos en unos asientos
aceptables y cómodos. Aún faltaban dos horas y media de viaje, y ya había
perdido la cuenta de todos los cambios hechos entre la cantidad de transportes
que había tomado. Comí solo comida chatarra, algunas papas con gaseosas
mientras miraba peleas de muay thai y un programa estilo Talento Argentino en
thai. Las cosas que uno hace en estos lugares con tal de llegar a donde uno
quiere. Como anunciaba el folleto del ferry Raja, a las 16.30 hs locales
tocamos puerto isleño, bajé entre la multitud, gran parte tailandesa, y me fui
a un 7 Eleven a tomar un café helado y esperar que mi amigo me venga a buscar en
su scooter. Se demoró un poco, ya que estaba tomando clases de idioma thai,
algo que me interesó mucho debido a mi fascinación por los idiomas. Cuando
llegó nos dimos un abrazo, ya que nos pareció muy loco que todo haya comenzado
atrás como una relación cliente-vendedor de remeras de futbol. Entre tantas
charlas tenidas me dijo que debía conocer Tailandia, y es por el que en gran
parte estoy donde estoy hoy en día. Cargamos el equipaje en la motina (pequeña
moto en vez de motito, como dicen los asturianos) y salimos en busca de mi
alojamiento, ya que él se había alojado unas semanas antes. No sin perdernos en
el camino, llegamos a destino. Me recomendó ese sitio porque yo le dije que
buscaba tranquilidad y cuando estaba ahí no podía creerlo. Un bungalow de
madera con dos hamacas paraguayas, una cama grande, ventilador, baño, wi fi en
la habitación y, lo mejor, a solo 20 m del mar en una playa increíble, donde no
viene casi nadie (200B diarios). Dejé mis cosas y Gustavo me llevó a conocer su
casa, la cual está realmente muy buena. Hizo algunas cosas que debía hacer de
su trabajo y nos fuimos a comer a un lugar tradicional cerca de la escuela de
idioma thai, y justo cuando pasábamos por delante estaba Mary, la profe thai
que me empieza a dar clases desde mañana y me pareció muy simpática. La comida
que decir, exquisita sinceramente. Gus en su buen thai le pidió unos platos
para que yo pruebe y la verdad que es lo mejor que probé en toda mi estadía
hasta el momento. Los nombres de los platos no los sé, solo que era pollo con
verduras fritas y en otro tazón curry rojo con leche de coco, pollo, papas y
maní. Estaba “aloi” o muy bueno como decía nuestro anfitrión, es que el dueño
me enseñó mis primeras palabras en thai. Fue cerca de hora y media que
escuchaba como hablaban y me explicaban como a los nenes, señalando el objeto y
diciendo la pronunciación, siempre en compañía de nuestro amigo el perrito
motoquero, que ladra a las motos pero solo para subirse y pasear. Ya al final
fuimos a comprar palillos y el “zumo de primavera”, una especie de yogurth que
no sabemos de qué está hecho, pero que está bueno está. Me dejó en mi bungalow
y luego de una ducha relajante con agua sucia aquí estoy dispuesto a dormir
hasta que me levante el canto de algún pájaro.
Día 18: Último día del mes de
abril y aún sigo aquí lejos en el sudeste asiático. Mañana relajada con un
desayuno barato armado a base de café helado (24B) y medialunas con jamón y
queso (16B) tomado en la playa. Cuando estaba por dormirme en la arena, me
suena mi celular y era Gustavo, que si estaba en la playa lo esperase que iba
para nadar un rato, y fue así que a los cinco minutos ya estaba ahí dispuesto a
marchar al agua. Como se encontraba la marea baja, la costa se encontraba sucia
por corales y caminamos más de 100 m para que el agua nos llegue a la cintura,
obvio que siempre de color claro. Por suerte estaba bastante fría ya que se
empezaba a sentir el calor a pesar de que en el cielo predominaban las nubes
por sobre los rayos del sol, por lo que nadar estaba muy bueno. Decidimos ir
hasta un faro que estaba a unos 200 m de la costa, así que de a poco empezamos
a nadar, con la idea de subirnos por una cuerda, pero cuando llegamos la misma
estaba cortada y nos fue imposible treparnos. Conformes igual por lo nadado nos
volvimos y cuando hice de pie pude descansar un poco ya que estaba muerto de
haber nadado. Siendo ya cerca de las 12.00 hs me fui a cambiar para ir a comer
y luego a las clases de thai, así que con mi cuadernito nuevo y una lapicera
ahí fui. Cuando llegué la profe Marry me presentó a Max, un ruso que vive con
ella y luego comenzamos una introducción del idioma thai. Lo que me explicó al
principio fue los 5 tipos de tonos que tiene esa lengua y como suena cada uno,
y después de un rato pude decir todos los tonos lo que según ella no era poco
ya que algunos tardan días de clases. Seguimos con algo de vocabulario y
pronombres. Terminé armando frases y aprendiendo de a poco. Al final contraté
12 hs de estudio en 6 días de clases (2200B con descuento). Cuando salí me di
cuenta que había perdido las llaves del bungalow y tuve que recorrer todo el
camino hecho anteriormente para ver si las encontraba. No pasó nada pero me
llamó Gustavo y me dijo que no me preocupe, que aquí la gente no se hace mucho
drama. Mejor entonces volví para la recepción y cuando llegaba me asustaron
unos gallos, me hicieron mirar al piso y ahí estaban tiradas mis llaves, cerca
de mi alojamiento. Fue super. Ya ahí me volví un rato a la playa y me eché una
siestita en la playa, hasta que las hormigas me despertaron. Con un poco de
hambre me fui a comprar unas masitas, yogurth y agua. La tarde me la pasé
escribiendo y estudiando un poco hasta que se hizo la hora de la cena. Ahí fui
de nuevo de mi amigo que habla y me enseña algo thai también, es un grosso. Me
preguntó como estaba y le pude responder, que es un gran avance. Luego me pedi
un kai masaman curry con una naam lek o agua pequeña (todo 80B) que estaban de
puta madre (según el español hablado por Gustavo). Ni bien terminé de comer vine
para la habitación porque fuera refucila que parece que el cielo está por caer,
y como el camino de acceso es todo de tierra prefiero resguardarme a tiempo.
Día 19: Levantándome más tarde
que de costumbre, estaba en la cama cuando me llamó Gustavo para que vaya a
desayunar con su amigo Alberto. La noche anterior me había acostado tarde, ya
que me había quedado viciando al Angry Birds por Facebook y luego vi el derby
inglés entre los Manchesters, City vs United, que bueno que los “ciudadanos”
hayan ganado y estén por salir campeones. Valió la pena quedarse despierto.
Volviendo a lo de antes, cuando llegué me encontré con mi amigo con Alberto,
que en principio me pareció muy bueno, por suerte no me equivocaba ya que
pudimos hablar mucho. Luego de que ellos desayunaran un revuelto de verduras
fritas con maní y pollo asado, típico thai, nos subimos a las motos y nos
fuimos a una de las playas que quedan al norte de donde estoy durmiendo, To
Srithanu. Como siempre agua transparente pero super caliente, el sol estaba que
pelaba. Ahí hablamos de todo con el español nuevo del grupo y hasta descubrí su
fanatismo por el cordobés Yayo, el loco cantando “Te voy a romper el orto” en
el medio de la playa de Haad Salada pensando que nadie entendía y las dos
personas que había cerca eran argentinas, muy bueno estuvo. Tras esa situación
chistosa, y de cortarnos los pies con los miles de corales que hay, nos fuimos
los tres a ver una hamaca de madera que colgaba de un árbol, era una típica
foto de revista de viajes, solo que mi cámara no la tenía conmigo, excusa para
tener que volver a ese paraíso. Jugamos como nenes mientras la gente nos
miraba, es que es difícil no sentirse uno cuando se encuentran estas cosas en
un lugar de esas características. Ya cansados nos volvimos para cada uno hacer
sus cosas, en mi caso me vine al bungalow a tirarme un rato. Más tarde me fui a
comprar un yogurth y agua ya que no había comido nada, y esta vez sí, cuando
volvía quise abrir y me faltaron las llaves, y nunca aparecieron. Caminé por
los caminos que había tomado, estaba el mismo gallo y todo, pero no quiso que
la encuentre, tal vez debía perderla. Cuando buscaba me encontré nuevamente con
Gus y Beto en el restó de nuestro amigo, y obvio comiendo un delicioso Masaman
Curry. Ahí les comenté y me dijeron que no me preocupe, que solo pague la multa
(200B) y tome otra llave, y así lo hice. Me vino a buscar mi amigo para
alquilar una moto a Merry, la profesora de thai, que por cierto ya no estudio
más, pero ese es otro tema. La cosa fue que la moto no estaba porque el dueño
justo la estaba usando. Igual fuimos al centro de la isla, Thong Sala para
cambiar dólares y conocer un poco. No solo cambié dinero si no que también que
probé cosas tradicionales en un mercadito muy lindo. Comencé con unas bolitas
de pollo, estilo a las albóndigas, seguí por un batido de algo lila que no era
nada que conozca con gelatinas al final y crema, chocolates y cereza de adorno
encima. Y finalmente probé el fruto prohibido de Tailandia, prohibido para
entrar en aeropuertos, hoteles y lugares cerrados. Es que el rey de todos los
frutos según los tailandeses huele de una forma que mejor pasarle lejos, parece
una especie de ananá gigante con muchos más pinches y un tronco grande arriba.
Pero cuando lo abrimos encontramos una pulpa que se simila a un cerebro por
decirlo de una manera. Lo vendían en paquetes y el mio costó unos 40B, nada
casi para lo costoso que es esa fruta en otros sitios del país. Me dijeron que
mejor compre poco porque es súper empalagoso. Nos apartamos un poco del mercado
y Gustavo se dispuso a abrirlo despacio para luego cerrarlo y terminarlo en
casa. Cuando lo corte parecía como tomar flan con la mano, se deshacía y su
aroma era bastante peculiar, pero entonces que decir del sabor. Lo más parecido
o conocido según mi parecer, fue que era similar a una especie de cebolla
dorada que se pone dulce pero sin ser tan fuerte, y muy dulce. Todavía no logro
definir si fue rico, pero si que fue único, porque el sabor y olor me acompaño
durante rato largo. Está bueno, vale la pena probarlo ya que no se consigue en
ningún lugar del mundo que no sea este país. En verdad, hay decenas de frutas
de clima tropical que no sabría como
llamarles en Argentina. Una vez salidos de ahí nos fuimos a hacer
compras a un supermercado cerca donde se llevaron de todo para la casa nueva
que les dieron hoy. Un caserón hermoso, todo de madera, y cerca de donde vivo.
Llegamos a la misma por un camino equivocado que erramos pero salimos más
directo de pura casualidad. Ahí en la casa guardamos las cosas y luego Alberto
salió un rato en su moto, lo que aprovechamos con mi amigo ya que no habíamos
hablado tanto como queríamos, una charla bastante productiva. Luego me llevó a
comprar algo de fiambre y pan, y de nuevo a mi bungalow. Contento por tener mi
nueva moto para poder moverme más por la isla, me retiro al sobre. Será hasta
mañana.