jueves, 26 de abril de 2012

Pai en bicicleta


Día 10: Ya desde temprano se podía esperar un día de mucha acción, así que nada mejor que empezar con un buen desayuno americano, como los últimos días. De ahí salimos a rentar nuestras bicicletas (B70) y preguntamos como llegar a los diferentes atractivos cercanos en la zona. El hombre que nos alquiló nuestros vehículos todo terreno nos explicó todo acerca de como llegar y que caminos tomar, todo en un pobrísimo inglés. Eso es una característica primordial del habitante thai, tanto en el norte como en la ciudad, a pesar de no saber bien como decírtelo, van a hacer todo por lograrlo, para que todo salga bien y los turistas queden contentos. Al menos esa es la impresión que me está dejando esta experiencia. Una vez listos con nuestros equipos listos, hicimos una parada en la estación de gasolina para tomar unas fotos y cargar combustible, y continuamos nuestro camino. La ruta era puramente de montaña. Teníamos un tramo de subidas y bajadas, y así alternándose todo el tiempo. Las subidas eran tranquilas pero largas, así que cada descenso por más corto que era nos devolvía el aire para seguir nuestro viaje. Poco a poco los paisajes montañosos nos iban acompañando. El río sobre la derecha con un valle verde y lleno de árboles con frutas como mangos y papayas. Y al fondo, las cadenas montañosas que cambiaban su color con la distancia y por los rayos del sol. Los atractivos comenzaban a aparecer. Un campamento de elefantes se pudo divisar con un ejemplar encadenado, lo que no pudimos ver fue quienes eran los dueños o encargados de cuidar al animal, ya que a pesar de llamar nunca nadie nos atendió. En el próximo tuvimos mejor suerte. Además de que habían varias personas, cuatro elefantes estaban comiendo cañas de bambú. Tomamos varias fotos mientras los bichos se alimentaban pero no queríamos molestarlos por caso se enojen. Lo que también supimos por parte de los cuidadores es que todos los elefantes utilizados para los paseos, realmente son elefantas, todas hembras, tal vez porque los machos pueden ser un poco menos amigables. Pero lo que había visto en el mapa que nuestro rentador no me había marcado era el puente de la Segunda Guerra Mundial. Cuando llegué pensé que era el nuevo ya que había dos y no había visto el antiguo que estaba a un lado. Sinceramente me sentí con algo en el estómago al estar delante de lo que considero un monumento y más teniendo en cuenta que por ahí tal vez pasaron ejércitos asíaticos que luchaban. Es inevitable no trasladarse a ese momento histórico y sentirse parte de la misma, más sabiendo los que me conocen como me gusta la historia y en particular este hecho histórico que involucró a gran parte de las potencias mundiales. Mi amigo Paolo, quien además de ser un gran compañero de viaje es un fotógrafo aficionado me preguntó si no quería tomar fotos en diferentes posturas para jugar un poco con las perspectivas, los puntos de fuga y los colores. Por eso sin pensarlo comencé a ser un modelo por decirlo de alguna manera, lo que realmente me encantó ya que me sentí como un nene jugando a lo más le gusta. Es que no todos los días tenemos a un experto tomándote fotos en diferentes ángulos y en lugares tan importantes. Agradezco ahora que en ese momento el estaba pedaleando conmigo. Las imágenes quedaron excelentes, dignas de postales, a pesar de que mi cara no sea la más fotogénica, pero al menos me sentí muy realizado. Igualmente los que mejor la pasaron fueron los tres niños que jugaban en calzoncillos en el río. Muy simpáticos ellos nos saludaron cuando nos estábamos yendo para continuar. Siguiendo nuestra siguiente parada resultó ser un lugar conocido como Pai Canyon, miradores sobre el cañon por el cual corre el río Pai. Un lugar con unos paisajes y colores increíbles. Nuevamente a jugar un poco con la cámara y a caminar para ver cada detalle del parque. Al salir nos lavamos un poco la cara, ya que al ser cerca del mediodía el calor era bastante y la tierra tapaba un gran porcentaje de nuestro cuerpo, además de que se comenzaba a sentir el cansancio en nuestras piernas. Hacía rato que no realizaba ninguna actividad física donde se requiriera tanta resistencia. Por suerte cada tanto parábamos a comprar agua y aquí esto es realmente económico. Pegando la vuelta por donde habíamos accedido a Pai el día anterior encontramos varios puestos para parar y seguir tomando fotos, como un View Point o mirador todo colorido, una obra de arte realmente que nos dejaba ver una foto del valle de forma increíble. De a poco llegábamos a la ciudad, queríamos regresar a la habitación a tomar una buena ducha para salir a comer algo, pero antes decidimos hacer una parada en el mercado de frutas para comprar ananá fresca (B20). Eso es lo lindo de estos pueblos llenos de turistas. Muchos de los últimos no saben que fuera de las cuatro calles que rodean a los bares, puestos de artesanías y hostales bonitos, existen sitios donde el poblador sale a realizar sus compras, vende productos y lo mejor es que todo sale la mitad del precio que dentro del centro turístico. Sin contar que se puede establecer un contacto con la gente que está genial. Es una experiencia enriquecedora. Salimos a comer siendo las 14.00 hs ya, pero el hambre no tenía lugar debido al cansancio que había y el calor insoportable que hacía, así que mejor tomarse un licuado fresco de manzana y un buen te helado de te verde con jazmin, a pesar de que este último no estaba como esperaba. Caminamos buscando nuevos sitios en la localidad y seguimos encontrando locales de comida, frutas, mercados que aún no conocíamos hasta que decidimos descansar un poco. Cuando las nubes dejaron que podamos ver de nuevo el sol, con Paolo salimos a buscar nuevos lugares para sacar fotos, ya que el juego nos había gustado bastante, pero esta vez con una Canon profesional increíble según el, yo no entiendo nada. Nos metimos en un callejón que nos sacó al río con muchos puentes de cañas y comenzamos la sesión artística de nuevo. Resultó muy divertido y nos acompañaron dos perros que se encontraban en el lugar. De vuelta probamos la cena callejera, un choclo asado con azúcar que estaba muy bueno, pero lo mejor fue la simpatía de la pareja vendedora que pidió sacarse una foto con nosotros. Como no sabían inglés en lugar de los nombres de la comida tenían dibujado una gallina y un cerdo, pero muy chistosos. Después la mujer encantada se puso a posar en medio de la calle y nos pidió que le imprimiésemos una foto para el día siguiente. Antes de llegar compramos una cerveza “Leo” de litro y un panqueque con chocolate para instalarnos afuera a mirar un poco de futbol italiano, es que mi compañero “il tifossi Paolo” quería ver a su caro rossonero (A.C. Milan). Fue un empate y con un poco de enojo se fue a la cama a ver su computadora. Ya terminando el día, y después de 20 km pedaleados por la montaña me espera la cama para abrazarla.




Día 11: Nos faltaba algo por conocer en los alrededores de Pai, y eran las cascadas que estaban 6 km al norte de Pai, en un camino de ascenso que pensábamos realizar en bicicleta, es por eso que esta vez el desayuno estuvo un poco más tranquilo, un buen muffin de moras (B50) y un buen café doble al estilo turco (B40). Renovamos nuestras bicicletas, juntamos todo lo que necesitábamos y salimos a pedalear nuevamente para sorprendernos. Comenzamos la travesía con agua, como siempre y notamos que solo era ascenso, pendiente baja, de poco ángulo pero subida al fin. A lo largo del camino fuimos encontrando muchos lugares para parar a tomar fotos. El primero fue un templo muy bonito con un estanque delante con flores de loto de color rosa, así que mientras una mujer del lugar trabajaba el campo en compañía de su hijita, con Paolo hicimos algunas imágenes para luego meternos de lleno en esa población. Como siempre los niños y las mujeres muy simpáticos, trabajando con sus aves, o jugando con lo primero que tienen a mano. La gente a pesar de ser de pocos recursos son siempre muy limpios y felices con lo que tiene. Volviendo a la ruta continuamos con el ascenso buscando una villa china que figuraba en el mapa. La típica puerta oriental nos dio la bienvenida con mucho color. La gente era súper simpática al igual que la pequeña villa. Dentro de la misma había una especie de castillo con toda simbología oriental que asimilaba a un fuerte. No sé sinceramente que tenía que ver todo eso pero ahí estaba para llamar a los fárang (extranjeros), como nos dicen a los turistas. Luego de varias fotos solo quedaban 2 km de camino para llegar a la cascada pero todo seguía subiendo. Varias veces dejé de pedalear, pero cada vez que comenzaba a caminar aparecían gallinas, gallos y pollos de todos lados así que montaba de nuevo la bici y juntaba fuerzas de donde podía. La espera valió la pena. Había sido más de una hora de ascenso y unas cuantas botellas de agua dejadas atrás, pero el lugar valía la pena. Antes de ingresar al complejo, que era gratis, compramos dos salchichas o chorizos a la parrilla (B25) y huevos duros hechos a la parrilla también (B5 cada uno). Breve descanso y a ver lo que estábamos buscando. Niños jugando en las piletas naturales, con poca ropa, mientras que la gente mayor estila mojarse vestido, pudor o no, todos se divertían mucho. Los gringos llegaban en sus motos a broncearse un poco, los mismos que por la noche se los veía llenos de vendas y raspones caminando por la calle. Esto realmente me sorprendió, la cantidad de heridos que había en Pai. Si no conocen las calles y rutas, para que alquilan motos y salen a andar fuerte cuando no están acostumbrados a manejar por el lado opuesto y en lugares desconocidos. Pero claro, los B100 que vale alquilar por día los tienta, no piensan que se pueden arruinar todas las vacaciones. Volviendo a las cascadas, disfrutamos un poco del agua, del sol, mientras seguían llegando personas de diferentes lugares. Igualmente los únicos dos en bici fuimos nosotros, lo que sorprendió a todos los que nos veían. Lleno de gente y luego de unas horas gastadas ahí decidimos volver. Nos esperaba el regreso, lo que nos llevó tan solo 10 minutos, y si digo que pedaleamos 3 o 4 veces fue mucho. Una bajada genial que solo se interrumpía por las frenadas para doblar o esquivar los pozos, que por cierto eran muchos, aunque al menos los utilicé para acordarme de mi ciudad. Como todos los días en este lugar, pasamos a buscar nuestros ananás y luego de esto devolvimos la bici para regresar a la Noon Guest House y descansar después de una buena ducha. Un poco más tranquilos y relajados salimos en busca del café diario. De solo vernos la señora nos fue a preparar el pedido, es que todos los días íbamos una o dos veces, y es lo lindo de poder quedarse varias noches en un sitio, la gente local nos conocía y saludaba con muchísima simpatía. Los del café, los mozos de la cena, los del puesto de comida en la calle, la mujer del mercado, es hermoso llevarse un poco de cada uno de ellos cuando uno pasa tan rápido. En la noche como despedida decidimos que teníamos que comer algo nuestro, así que fuimos por una buena pasta con salsa (B80) con un café (B40) posterior y para sacarnos el gusto una caipirinha (B50) que estaba muy mala, pero lo que valía era despedirse de la ciudad. 




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